lunes, 29 de junio de 2009

rEFLexiONis iNs NatuRA

Pues mira, el domingo pasado, por esto y por lo otro me dije (voz en off): "coño, que ya es domingo y tengo que pensar en mi... mi... futuuuuuurooooooo" (futuro hay que decirlo con un tono mezcla entre el esqueletillo ese de Historias de la Cripta y el actor secundario Bob). Y entonces cogí el coche y me fui al monte a buscar huellas de dinosaurio:

Y conduje y conduje, y pasé por Suiza, por Francia, y me volví a meter en Suiza después de que un guardia fronterizo aburrido por la condena al ostracismo que le ha proporcionado la reciente adhesión de Suiza al tratado de Schengen me preguntara:
"¿Lleva usted algo ilegal en el coche?" y yo le contestara: "No."
Y pasé por pueblos, por estaciones de esquí sin nieve, por campitos y al lado de vacas pastando, que a su vez yacían al lado de personas que también parecía que estaban pastando por sus elegantes bailes de quijada consecuencia del rítmico compás del bocadillo dominguero.

Y llegué a un simpático pueblecito de nombre Finhaut, y tras aparcar el coche a un lado de la carretera comencé mi excursión silvestre por las laderas de montañas sin nombre, pero con muchas flores y muchos bichos:

(Vale, en esta foto no se ven ni muchas flores ni muchos bichos, pero me da igual y os lo creéis).
Y subí y descendí después, hasta alcanzar una presa rodeada de un mini complejo (dos bares y una tienda) turístico-cutre donde se podía comprar comida mala y camisetas aún peores:

Y atravesé la presa, y me detuve e hice fotos, admirando el paisaje a ambos lados. Y me dije (voz en off, efecto eco on): "oh, cuán a gusto me bañaría aquí para limpiar mi alma de pecados y revitalizar mi cuerpo en tan cristalinas aguas si no hiciera este frío de cojones". Y proseguí mis andaduras por un sendero pedregoso y rocoso, paraíso sin duda alguna de los esguinces de tobillo.

Ascendí y ascendí a ritmo de a toda hostia sin cansarme y sin volver la vista atrás más que para cerciorarme de que aquellos ruidos que percibía en la lontananza no se debían a un bicho sarnoso sino a mi estómago de caminante hambriento. Y anduve por una grieta angosta que desembocaba en una curva que, como tal, me impedía ver lo que había al otro lado. Y tras unos pasos más en esa dirección, descubrí que lo que había al otro lado era un par de cabras montesas que se quedaron tan sorprendidas de mi presencia como yo de la suya. Acojonáronse y subiéronse a lo alto de un risco en menos tiempo del que tardé yo en coger la cámara y echarles una foto, así que tiré de zoom 12X:

Y me alegré sobremanera por que las cabrillas se acojonaran segundos antes, sobre todo cuando en lo alto de ese risco empezaron a embestirse la una a la otra.
Y ante la perspectiva de encontrarme más bichos que me pudieran embestir o, qué sé yo, obligarme a escuchar un recopilatorio de Raphael, decidí subirme yo también a un risquillo, comerme un bocata y pensar mirando esto:

No por nada en particular, sino porque era lo que tenía delante.
Y pensé y pensé, primero con voz en off y luego en voz alta cuando me di cuenta de que había eco, y de que el eco es divertido; y llegué a una conclusión y creí que no iba a pensar más... y tres días más tarde le sigo dando vueltas.

Una fotillo durante el camino de vuelta que me hizo pensar en esta canción:


Y eso, al final me fui con la sensación de que el día no pudo ser más fructífero, pero hoy no lo tengo tan claro. Me quedan las ganas de volver, y en invierno, porque a pesar de que en la temporada estival aquello no está nada mal, varias señales que encontré de camino me hacen pensar que hay cosas que seguramente merecerán la pena ver:


Muas a gogó.

No hay comentarios: