viernes, 31 de octubre de 2008

dReAmiNnnN'

Al abrir los ojos esta mañana lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido Papúa Nueva Guinea.
No suelo acordarme de lo que sueño, pero hoy ha sido unos días en los que el milagro ha ocurrido. Por motivos que me son desconocidos, o de los que no me acuerdo, en mi sueño tenía que viajar a esta remota isla del Pacífico y, siguiendo con mi habitual dejadez en los viajes, se me olvidaba llamar a mi madre para decirle que me había ido a Papúa Nueva Guinea.

Mi madre, que lo puede todo, y cuando está mosca mucho más, parece que teléfono en mano empezó a llamar a hoteles (quizás de todo el mundo) y acabó llamando al hotel donde me hospedaba para echarme la bronca por irme a la otra punta del mundo sin avisar. Normal, yo también lo haría.

En fin, fotos encontradas por ahí confirman que el sitio no está nada mal, ya que de estar ahí, uno tendría la posibilidad de hacer actividades como tumbarse a la bartola en sitios como éste:


o por ejemplo practicar algún deporte de riesgo:


mola. Incluído queda este pequeño paraíso en mi lista de viajes pendientes.

PD. Creepy halloween!

jueves, 30 de octubre de 2008

LiviNg LA viDa LoCA


¿Os habéis preguntado qué pasaría si en vez de:
$logFileLine =~ /\[msg:(\d+):(\d+)/

escribierais esto otro:
$logFileLine =~ /\[msg:(\d{2}):(\d+)/

?

Seguramente no. Pero yo os lo cuento: que uno se empieza a dar cabezazos contra lo primero que pilla por haber perdido tres días de trabajo. Yuhuuuuu!

PD. Foto de www.soygik.com

miércoles, 22 de octubre de 2008

LHC inaUguRaTiON aFteRmAtHs


Regla número 1: si es gratis, ve.
Regla número 2: si el vino es tinto y suizo, no lo bebas.
Regla número 3: bajo ningún concepto se debe cumplir la regla número uno si no se piensa cumplir la número dos. Las secuelas son nefastas.

Noche de comida y bebida mala y gratis (aunque alguien conozco yo que repitió cuatro veces postre, luego tan mala no debía estar), de conciertos, bailoteos y robos de bebidas alcohólicas de un camión refrigerador Heineken (sí, fuimos nosotros). Incluso hubo alguien que me buscó y encontró componentes para un hipotético grupo musical en menos de cinco minutos. Y encima sin estar interesado ni pedirlo. Y todo esto en la inauguración del LHC.
Qué surrealista es la vida.

Muas.

PD. Cama y pelis ya. Me muero.
PD2. Yisus.

martes, 21 de octubre de 2008

LHC inauguration!

Llegó el también esperado día.

Después de 20 años para concebir y construír el LHC, después de su exitosa puesta en marcha, que una semana después resultó no ser tan exitosa revelando así que el tiempo de vida del cacharro fue de una semana, llegó el día de la inauguración oficial.

He llegado antes de que se arme el pifostio, pero las carreteras están otra vez cortadas, las medidas de seguridad son más estrictas que de costumbre, no se permite aparcar en muchos sitios habituales y bla bla, todo porque hoy viene el grupete de jefes de gobierno y mandatarios internacionales en general (todavía no se sabe quién viene), que se encargarán de cortar una cintita o romper una botella de champán, de degustar el menú de cocina nuclear que un tipo italiano ha preparado para la ocasión, y de tomarse junto con el postre y el purito rey la última creación de Ferrán Adriá: el no expresso, pero èspesso, como el creador, café sólido que desafía todas las leyes naturales conocidas hasta el momento.

Y en la mente de todos la misma pregunta: ¿vendrá Carla Bruni?

jueves, 2 de octubre de 2008

nAdAR en SuiZA


Por fin la semana pasada pude apuntarme a la piscina sin que (casi) me comiera un perro. Estos sucesos que, aparentemente no pudieran jamás guardar una relación entre ellos, parecen estar cósmicamente interrelacionados en un país en el que hay cosas a las que a priori no se puede atribuír una lógica de funcionamiento aprehendida en las tierras de origen de cada uno (aunque me río yo de la lógica de España; y quien no esté de acuerdo que intente pedir una media en Madrid o un café del tiempo en Málaga).

A lo que vamos, iniciando la escritura de otro insulso episodio de mi vida, les relataré a continuación las tribulaciones que sufrí en primera persona a la hora de llevar a cabo tan ambicioso cometido.

1. El porqué.

Mis años de sedentarismo terminaron hace dos o tres, cuando me convencí por fin de que no era normal que me faltara aire al subir unas escaleras (largas, todo hay que decirlo). No hacer nada y fumar no eran una buena combinación, así que opté por hacer algo y no fumar (lógica aplastante la mía, sí). Dejar de fumar (aquí siempre y exclusivamente hablaré de tabaco) fue más o menos fácil, pese a algún episodio reincidente, y hacer algo (de deporte, se entiende) no tanto, pero la insistencia por parte de ciertas personas combinada con el hecho haber visto Forrest Gump unas cuantas veces hicieron que el proceso de arranque fuera algo menos difícil.

Lo bueno de correr es que se coge fondo relativamente rápido, y lo malo es que si uno se pasa y no hace nada más se puede quedar canijo de cintura para arriba, que es lo que me ha ocurrido. Esto junto a una alimentación distinta (que no digo mala, porque la cocina no se me da mal) de la de mamá de toda la vida, han causado estos efectos finalmente, como han podido corroborar padres, madres (a este último sector no le hago caso porque está comprobado empíricamente que una madre siempre pensará que más vale que su prole tenga un par de tallas más a que renuncie a un bocata de chorizo), amigos, mascotas, pantalones y camisas.

2. Primer intento: el ataque de la bestia.

De entre todas las candidatas a convertirse en mi piscina al final no elegí ni la que tenía el trampolín más alto, ni la que tenía las corcheras más multicolor, ni siquiera la que estaba más cerca de mi casa, sino la más barata, por supuesto (85 CHF por año, nada mal!). Mi sentido común me decía que para sacarme el bono anual debía dirigirme a sus instalaciones, así que allí fui. Dispuesto a entrar en las oficinas, descubrí que éstas y el complejo piscinero en su totalidad estaban cerrados por completo, y esta vez no fue por ir a horas intempestivas (entiéndase en este país intempestivo como posterior a las siete de la tarde), sino porque a los suizos a veces les da por tocarse y tocar los güebs en instantes temporales aleatorios.

Sin embargo, mi espíritu de explorador descubrió una puertecilla al lado de la principal que estaba abierta. Al atravesarla, no vi una piscina, sino un montón de pares de zapatos con sus calcetines a los pies de una escalera. Instintivamente la subí hasta que me topé con una puerta donde había pegado con celo una cuartilla de papel cuadriculado que rezaba "privé" (no creo que haga falta traducir). Yo, que a veces cruzo la frontera entre la curiosidad y la tontería humanas la abrí, por muy raro que me pareciera encontrarme una piscina en la primera planta de un edificio. Al cruzarla vi al fondo ni más ni menos que a una señora en batín tramando algo en una cocina (la de su casa, vamos) y a escaso metro de mis pies, a un perro tamaño gorila mirándome con la misma cara de sorpresa que debía tener yo mientras olisqueaba el aire en busca de un olor familiar en mí. La mala bestia tardó como un par de milésimas de segundo en procesar mis feromonas, determinar que aquel sujeto con cara de sujeto perdido constituía una amenza y en, como resultado, levantarse de la cesta donde estaba tumbado e intentar morderme lo primero que pillara de mí. Afortunadamente fui lo suficiente rápido como para salir de la casa y cerrarle la puerta en los hocicos.

3. Segundo intento: la persona aleatoria número uno.

Olvidemos lo anterior. Nuevo día y nuevas ganas de empezar a nadar. Nueva visita al complejo acuático. Intento buscar personas para obtener información y no perros, que no me entienden. Ah, ¿que no hay encargado? Pues le va a tocar la pregunta a usted, persona aleatoria número uno.

La persona aleatoria número uno resulta ser un suizo de pelo canoso que acaba de salir de nadar y que me dice que para sacarse el bono hay que ir con una foto, algo que digo yo será el equivalente a un padrón municipal y una declaración de la renta a la comisaría de policía. ¿Comoooooooooooooooooooooooooooooorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr?
Me pregunto a mí mismo si he entendido bien. Sí, claro que sí, me contesto. Esto no se lo cree ni el tato. O la persona aleatoria número uno se está quedando conmigo o se está quedando conmigo.


4. Tercer intento: el segurata que expedía bonos.

Nuevo día. Nuevas (pero menos) ganas de empezar a nadar. Como no me creo lo que la persona aleatoria número uno me dijo el día anterior y como paso gran parte del día delante de un ordenador, digo yo que podría buscar en internet cómo sacarme el dichoso bono anual para la piscina. Bien, hay página web. Bien, es clara y bien otra vez, viene qué hay que hacer para sacarse el bono: ir al ayuntamiento y pagar. No entiendo lo del ayuntamiento y me parece igual de raro que ir a la policía, pero me da igual, quiero mi bono YA.

Voy al ayuntamiento a primera hora de la mañana siguiente (fui la primera vez la tarde anterior pero cuando llegué estaba cerrado, vaya por Dios) y veo en la puerta que tanto para sacarse un padrón o inscribirse en el censo como para sacarse un abono de temporada para la piscina hay que dirigirse a una ventanilla. Me acerco y veo al fondo de la ventanilla a una mujer atareada con un ordenador que me dice que ahora me atienden. Espera breve. Cuando miro otra vez en dirección a la ventanilla veo que al otro lado hay un tío joven que me da los buenos días y en cuya camiseta se puede leer "sécurité" (tampoco creo que haga falta traducir).

Buenos días. Oiga, usted es un segurata (no sé cómo dije esto en francés, pero el tío se rió). Pues sí. ¿Y usted es el que expide los bonos anuales para la piscina municipal? Pues sí.
Reflexión in situ: pero, ¿qué coño de país es éste? Bueno, pues deme uno. ¿Usted vive en Meyrin? No, en Ginebra. Pues entonces me temo que el precio será de 85 CHF. Y aquí el tío me mira como diciendo "toma castaña, 85 CHF, tú tienes pinta de no tener ni para el pan de una fondue" (y que conste que no fue cosa mía lo de la mirada extraña). Lo sé, el precio viene en la página web. Tras foto y pago, tuve por fin mi bono.

5. La piscina y el club de los cojones.

Primer día de piscina. Llego, me cambio e invierto 15 minutos para descubrir el sistema que da a los usuarios una llavecita con un candado para dejar las pertenencias en una taquilla (el susodicho sistema está formado por uno o varios encargados de la piscina que te dan una llavecita y un candado cuando se lo pides s'il vous plait). Dejo todo en la taquilla, me ducho y me siento en el borde de la piscina. Sólo han puesto dos corcheras, con lo que sólo hay dos calles. El espacio restante gobernado por el libre albedrío de nadadores bastante patosos que al ir de espaldas pierden el norte y acaban dando vueltas en torno a un punto hasta que, o bien se marean, o bien acaban chocando con otra persona de movimientos más rectilíneos.

Espectáculo singular; ética y civismo en su estado más puro: a pesar de no haber calles, la gente se organiza nadando en pequeños grupos que atraviesan la piscina a lo largo respetando una distancia de unos dos metros de ancho entre un grupo y el siguiente. Como si hubiera calles, vamos. Seguro que si en España hay una piscina así, todo el mundo atravesaría el espacio sin dividir en diagonal, aunque sólo fuera por joder.

Aún así, intento meterme en una de las calles. Un tío me para y me dice que dónde voy. Pues no tengo pinta de ponerme a hacer paellas, mire usted. Pues sí, está claro, pero es que estas dos calles sólo son para los miembros del club. Ah, pues me voy a la zona del libre albedrío.
Miro a los miembros del club y no les veo las caras porque tienen todos unas gafas de submarinismo y un tubo para respirar. Me sumerjo y veo que cada uno tiene los dos pies dentro de una aleta enorme que ya quisiera la sirenita. ¿Qué club es este? ¿Serán masones?

Tras algunos largos sin chocarme con nadie veo que a los pies de las calles donde los miembros del club se bañan hay tablas y pull boys, que son las cosas esas que uno se pone entre las piernas cuando sólo se quiere hacer brazos. Le pregunto al tipo que me había parado hacía unos minutos que si puedo coger uno un rato. Pues es que son para los miembros del club. Los miembros de su club son unos pamplinas, y usted un tocapelotas, hombre.

Pues así acabó la cosa. No tengo aspiraciones elitistas, y tampoco me situaría en la categoría social de pamplinas, así que paso de apuntarme al club. Me quedo con la peña-libre-albedrío, pidiendo candados cuando los necesite (seguro que los miembros del cluuuubbbbb tienen cada uno uno con su nombre en relieve), haciendo largos y esquivando a veces aspirantes a pececillos con movimiento rotatorio constante.

Un poco de fruta y a la cama.

Muas.

PD. Reflexión a posteriori: ¿quién coño vive encima de una piscina municipal?